dos los que merodeaban… No era mala persona, pero estaba amargado por el clima, hacÃa pasta y se acabó… QuerÃa volver al sol… A su tierra, Calabria, ¡y forrado! ése era su programa… No era sólo eso… ¡También habÃa desgracias!…
«¿Qué? ¿bien?…», me preguntaba.
Asà me tanteaba. Bien veÃa yo lo que insinuaba, si habÃamos recibido lo del barco… Si de entrada le hubiera respondido a las claras, habrÃa metido la pata hasta dentro… DebÃa refunfuñar asà «¡Ooh!… ¡Ooh!…», inquieto, no charlatán… la buena impresión… siempre en guardia… nos ha hecho un daño horrible, nuestro hablar por hablar… a la francesa… Si respondÃa «¡hum! ¡hum!», me apreciaba… De dÃa Ãbamos a instalarnos en la mesa larga, junto a la ventana… pasaba el tiempo… los clientes dormitaban un poco… Roncaban incluso algunos… la fatiga, el humo y la stout, que adormece… Una pinta por barba… Por allà habÃa maniobras sobre todo… Esperaban la hora de la marea, que se pusieran a pitar otra vez en los Wharfs Poplar, que se armara el jaleo otra vez, detonase, que las vagonetas rodaran… entonces, ¡la tromba a las bodegas! ¡cómo salÃan jalando de todas partes! desaparecÃan entre la chatarra, empezaba el estruendo otra vez, sudaban ahà dentro, hipaban por los esfuerzos, apencaban, jadeaban, se bamboleaban y zigzagueaban a todo vapor… ¡¡Chnuff!!… ¡¡Chnuff!!… ¡¡Chnuff!!… ¡La grúa se afanaba, enrollaba, bamboleaba los trastos!… ¡subÃa! ¡bajaba!… ¡levantaba una polvareda! ¡los cachivaches en ebullición! ¡Aún tenÃamos tiempo de verlas venir! El reflujo chapoteaba hacia las ocho… Los clientes no hablaban demasiado… dormitaban más bien de cansancio… esperaban… bastaba con diquelar de vez en cuando, vigilar la perspectiva, la superficie lisa allá, a lo lejos… hacia los árboles… el claro en el recodo… hacia Greenwich, después de Gallions Rock,° donde los barcos subÃan con los prácticos, se dejaban llevar por el reflujo… noroeste… noroeste… pequeños primero, en cabeza… los chillones, la caravana… los grandes detrás, los mastodontes, los paquebotes, los de zumbido grave, con sirena de tres ecos… la ronca… de fagot, la doliente… luego los de Indias… Los «P and O»…° ¡ésos lastimaban!… ¡majestad!… ¡Qué señores! ¡El correo! ¡Los clientes salÃan jalando de la cantina! ¡La avalancha a las amarras!
¡Atracaba el barco!… ¡El pub se vaciaba en un segundo!… ¡toda la clientela a los escalones!… ¡a la espadilla!… ¡perdiendo el culo!… ¡al estrave! ¡a los barandales!
El segundo observaba desde allà arriba.
«¡Que suban cincuenta! Fifty!…»
El vozarrón del segundo hacÃa eco…
«Two extra!… ¡Dos más!…»
¡Duro ahÃ, la chusma! ¡como un rayo!… ¡Se despachurraban! ¡se mataban en las cuerdas!…
SubÃan los dockers.
¡La gran hélice batÃa en el culo!… ¡¡Vluff!!… ¡¡Vluff!!…
¡¡Vluff!!… ¡con ganas en la sopa! ¡a borbotones!…
Del telégrafo… del puente: ¡Dring! ¡Dring! ¡Dring!…
«¡Hacia atrás!…»
¡Muy despacito! ¡gran temblor!… ¡Se iba acercando al muelle!… ¡gemÃa por el flanco!… acercándose despacito… Enorme,
ahÃ, bordeaba… ¡atracaba!… ¡Listo!… ¡Uf! ¡se acabó!… Un
hondo sollozo le recorrÃa toda la barriga… ¡Uf! ¡Uf! ¡se acabó!
¡se acabó! ¡mucho barquito!… Triste fin de la música… ¡La pena
lo embargaba!… ¡Regreso a puerto!… Atado por todos lados,
mil cabos… La pena le subÃa, ¡lo cubrÃa todo!… ¡lo abatÃa!…
Stop!
A Cascade lo encontramos en su casa en un estado de abatimiento, que nadie se atrevÃa a abrir la boca. Apreciaba, al fin y al cabo, a su gente y a las chavalas, en particular. Eran nueve en torno a él, simpáticas, gruesas, delgadas, y dos, además, carrozonas, auténticos callos, Martine y la Loba, llegué a conocerlas bien más adelante, las que más le rendÃan, campeonas en encanto, ofendÃan a la vista. Los gustos de los hombres, un auténtico batiburrillo, te meten la nariz en cualquier parte, se llevan a bizcas, patituertas, creen que son pozos de ciencia amorosa, allá ellos, nunca se enterarán, y que quilen.
Formaba un gallinero de espolones, cotorreos, chillidos, como para dejarte aturdido, la batalla t