La mitad de la historia
Como le advierte a Scaramouche su enigmático maestro de esgrima, la espada es un pájaro: si lo sujetas con demasiada fuerza, lo ahogas; si no lo sujetas con la fuerza suficiente, se escapa. Y con la atención ocurre algo parecido: si es escasa, las ideas no llegan a cuajar y se escurren como agua (o más bien como una sopa espesa) entre los dedos de la mente; pero una concentración excesiva puede hacernos perder de vista el contexto y dificultar las asociaciones libres. Por eso la clave del pensamiento lateral es la atención flotante. Y el pensamiento lateral es la clave de mi trabajo.
Pero hay clientes que no te permiten relajarte ni un segundo y mucho menos flotar, que te obligan a estar todo el tiempo, más que atento, alerta, como si fueran a atacarte de un momento a otro. Y a veces lo hacen.
—En esencia, se trata de capturar a un demonio —dijo el hombre que estaba sentado al otro lado de mi escritorio, con sus ojos enrojecidos clavados en los mÃos y los músculos en tensión, como un lobo famélico.
Alto y delgado, de unos cuarenta y cinco años, cabello tupido y oscuro veteado de canas precoces, rostro anguloso y simétrico, barbilla partida, muy pálido, vestido de gris… ParecÃa un galán de los años cincuenta recién salido de una pelÃcula de terror en blanco y negro, con sus ojos inyectados en sangre como única nota de color.
—Verá, no sé si está usted bien informado con respecto a mi trabajo —repliqué escogiendo cuidadosamente las palabras—. Yo no soy un exorcista ni…
—Es usted un detective Ãntimo, ¿no es cierto? —me interrumpió él sin disimular su impaciencia—. Un criptodetective, un investigador de lo subyacente, de los deseos inconfesables y los sentimientos salvajes.
—Se podrÃa definir asÃ, pero…
—¿Y qué son los demonios sino apetitos desordenados y afectos furiosos? El demonio de los celos, el monstruo de ojos verdes…
—Pero eso son metáforas. En realidad…
—¿Hay algo más real que las metáforas, cuando hablamos de sentimientos?
—¿Por qué no me lo cuenta todo desde el principio? —le propuse tras una pausa.
—Si pudiera contarlo todo, no estarÃa aquà pidiéndole ayuda. Un demonio interior es una construcción lingüÃstica, un conglomerado de palabras envenenadas, un nudo de vÃboras verbales, de oraciones viciosas que se muerden la cola. Si pudiera contarlo todo, el demonio se desmadejarÃa, se disolverÃa en el aire del aliento. Pero sÃ, de acuerdo, intentaré decir todo lo que quepa en una lÃnea.
—No hace falta que sea tan escueto. Puede extenderse todo lo que quiera.
—Un relato verbal, por extenso que sea, siempre es una lÃnea. Aunque mida cientos de metros y esté dividida en miles de segmentos, como en los libros, sigue siendo una lÃnea única y unidimensional que se recorre en una sola dirección, y mi historia, cualquier historia verdadera, es un amasijo de dimensiones espaciotemporales, un nudo gordiano de contradirecciones y sinsentidos… ¿Quiere que empiece por el principio? De acuerdo, finjamos que las cosas tienen un principio y pueden tener un final… Yo era profesor de Ética en la facultad de FilosofÃa y Elia asistÃa a mis clases… SÃ, ya sé lo que está pensando: el viejo tópico del profesor y la alumna. Y tiene razón, asà es, asà fue… Elia tenÃa veinte años y yo treinta y cinco, y al principio ni siquiera me fijé en ella. Ni en ninguna otra alumna, nunca me han interesado las jovencitas. Un dÃa, en la cafeterÃa de la facultad, oà a un grupo de chicas que hablaban de ella. Tengo el oÃdo muy fino y a veces oigo cosas que serÃa mejor que no oyera. «Elia es una golfa —dijo una de las chicas—, se ha acostado con tres tÃos en una semana». «Y también se tira a los profesores», añadió otra, y todas rieron a coro. Entonces me acerqué a ellas y, de forma cortés pero firme, les reproché que estuvieran vituperando a una compañera a sus espaldas. Unos dÃas después, Elia vino a mi despacho a darme las gracias… Por cierto, fue la única vez que me dio las gracias por algo… No quiso decirme cómo se habÃa enterado ni habló mal de sus compañeras, lo cual me pareció de una gran dignidad por su parte. «Me caes muy bien —dijo con u